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El BalcГіn
Andrea Dilorenzo

TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE

ELENA CUENCA GARCIA


Nunca antes los esfuerzos del hombre se habГ­an concentrado tanto en la bГєsqueda de la Verdad, de la felicidad, del sentido de la vida. Y sin embargo, sucede a menudoВ  que, solo cuando llegamos a nuestro destino, nos damos cuenta de que el viaje que hemos recorrido era en realidad mГЎs importante que la meta misma, que no buscamos tanto que la Verdad nos enseГ±e o nos haga crecer, sino el camino que elegimos para lograrla.











Andrea Dilorenzo






Algunos de los personajes que aparecen en las pГЎginas de este libro son reales. Sin embargo, los hechos y eventos que les relacionan son fruto de la fantasГ­a del autor.













TraducciГіn de Elena GarcГ­a Cuenca

















Copyright В© 2015 Andrea Dilorenzo



















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Agradecimientos


Si bien la literatura ha sido siempre una fiel compaГ±era de vida, en mi breve existencia no se me habГ­a ni siquiera ocurrido la idea de que un dГ­a habrГ­a escrito un libro.

Y sin embargo, aquГ­ me encuentro ahora, escribiendo las primeras palabras que lo componen y dando mis mГЎs sinceros agradecimientos a aquellos que han hecho posible lo que yo siempre creГ­ imposible.

Dedico esta primera novela a Antonio, JosГ©, Manolo, Baldomero,Maria, Ibi, Diana y a todos los amigos y personas que, aun sin quererlo, me han apoyado e inspirado a escribir estas pГЎginas, que parecen surgir de una remota y olvidada parte de mi ser mГЎs profundo.








IntroducciГіn






























Un día, sin pensarlo demasiado, comencé a plasmar por escrito un sueño que había tenido y que, sorprendentemente, - no se muy bien por qué, pues el recuerdo de los sueños, por muy nítidos que sean, desaparece y se olvida fácilmente – no quería abandonar mi mente.

La descripción que hice de aquel sueño extraño se convirtió más tarde en el prólogo y tema principal de “El balcón”.





Andrea Dilorenzo







ParecГ­a fГЎcil juego

cambiar en nada el espacio

ante mГ­ abierto, en un tedio

incierto tu fuego cierto.



Ahora a ese vacГ­o he unido

todos mis tardos motivos,

en la ardua nada se embota

el ansia de esperarte vivo.



La vida que da vislumbres

es la sola que distingues.

A ella te extiendes desde esta

ventana que no se alumbra.






ParecГ­a fГЎcil juego

cambiar en nada el espacio

ante mГ­ abierto, en un tedio

incierto tu fuego cierto.





Ahora a ese vacГ­o he unido

todos mis tardos motivos,

en la ardua nada se embota

el ansia de esperarte vivo.





La vida que da vislumbres

es la sola que distingues.

A ella te extiendes desde esta

ventana que no se alumbra.



Eugenio Montale, “El balcón”




PrГіlogo


Me encontraba en un balcГіn que, por amplitud y profundidad, parecГ­a ser el mismo que el que se perfilaba fuera de mi habitaciГіn, si bien se diferenciaba bastante de aquel por algunos detalles que describirГ© a continuaciГіn.

El parapeto, blanco inmaculado y blando como un bloque de yeso apenas extraГ­do, tenГ­a la forma de una media luna y se sostenГ­a por pequeГ±as columnas anchas, aunque no demasiado, tambiГ©n Г©stas blancas y equidistantes la una de la otra, que les conferГ­an un aspecto regio, de una Г©poca indefinida, me osarГ­a a decir de estilo griego, pues las puntas de las mismas estaban adornadas con capiteles esculpidos de la misma manera que aquellos de los antiguos templos helГ©nicos. De frente, abajo, se vislumbraban algunas rocas, aunque no conseguГ­a ver dГіnde terminaban y todas rodeando el mar que, a causa de las pequeГ±as olas dirigidas hacia el oeste, parecГ­a estar ligeramente agitado.

Probablemente, aquel balcón formaba parte de una construcción mucho más grande de cuanto el ángulo de mi visión conseguía entrever; quién sabe… quizás un palacio alto, majestuoso, con decenas o incluso centenas de estancias. Por los pocos detalles que llegaba a percibir, habría jurado que me encontraba a una cierta altura, quizás sobre la cima de un acantilado, parecido a los que se asoman sobre el Océano Atlántico, en Asturias.

Pese a que el cielo era terso y lГ­mpido como el agua pura que brota del manantial, no sabrГ­a decir con absoluta certeza cuГЎles eran los colores y matices que el sol normalmente dona a los observadores mГЎs agudos o a los de las almas mГЎs sensibles.

Lo que mГЎs me llamaba la atenciГіn era la calma y el silencio que impregnaba todo: parecГ­a como si la voz del viento tuviese el mismo timbre que la de las olas y de cualquier otra cosa sobre la que habrГ­a podido posar la mirada y, al mismo tiempo, nada parecГ­a inanimado, si bien una calma aparente se imponГ­a sobre el paisaje circunstante.

Inspiraba y espiraba profundamente, mis pulmones se saciaban con voluptuosidad de aquella pureza intangible, no obstante, no conseguГ­a percibir olor de ningГєn tipo.

A pesar de que mis ojos estuviesen dirigidos hacia aquella extensiГіn de agua sin fin, tuve la firme impresiГіn de que, si me hubiese girado, habrГ­a visto a mis espaldas una infinidad de plantas y flores policromadas serpenteando en un dГ©dalo de ГЎrboles hirsutos y espesos y cursos de agua de todo tipo, con animales e insectos de cada especie entre ellos.

Sin embargo, algo me impedГ­a apartar la vista de aquel inmenso ocГ©ano y, al contemplarlo, de repente una profunda sensaciГіn de melancolГ­a penetraba cada fibra de mi ser, como cuando se dice adiГіs a una persona querida, conscientes de que no la volveremos a ver nunca mГЎs.

Con todo, no sufrГ­a por mi estado interior y con indiferencia, me observaba a mГ­ mismo en lo que se dice un sueГ±o, si asГ­ lo puedo llamar. Eso es: no sabГ­a si estaba soГ±ando.

Es difГ­cil dar una descripciГіn exhaustiva de lo que se prueba en el silencio. Parece que cuando se cruza el umbral del saber, solo el espГ­ritu puede caminar indГіmito sobre ese sendero intrazable. El pensamiento discursivo no tiene acceso libre, las palabras se demoran en vista de ese inmenso vacГ­o.

Mi mente, atГіnita, no escatimaba en elogios ante ese lugar de paz y, lГЎnguidamente, conversaba, valorando su misteriosa e infinita belleza.





Ella, de repente, apareciГі a mi derecha.

O quizГЎs, estaba ya ahГ­ y no me habГ­a dado cuenta. Se encontraba a pocos pasos de mГ­, de espaldas.









Un largo y aterciopelado vestido blanco acariciaba su cuerpo, dejando al descubierto tan solo sus brazos. La brisa alzaba su largo cabello negro azabache, desnudando, a la altura de los hombros, su lisa y cГЎndida piel blanca y un sutil collar negro que rodeaba su nuca.

La calma que parecГ­a transmitir su silencio era, sin embargo, traicionada por su respiraciГіn, a momentos irregular, que yo percibГ­a a pesar de la brisa y algunos pasos que nos separaban el uno del otro: era como si quisiese hablarme de alguna cuestiГіn de suma importancia, pero sin alcanzar a encontrar las palabras adecuadas.

Hizo como si pretendiese girarse, pero dudГі y finalmente permaneciГі en su sitio.

HabrГ­a querido llamarla por su nombre y acercarme a ella, al menos por un instante, pero pobre de mГ­, no tenГ­a la mГ­nima idea de cuГЎl fuese, ni siquiera sabГ­a quГ© hacГ­a yo allГ­, en aquel balcГіn, en ese lugar sin tiempo.

Reflexionando acerca de lo que habrГ­a sido mГЎs o menos oportuno proferir, en aquella circunstancia, tambiГ©n callГ©.









Mientras todo mi ser se encontraba absorto contemplando aquel paisaje surreal, me di cuenta de que el viento era cada vez mГЎs intenso, las olas se levantaban majestuosas, elevГЎndose bastantes metros por encima del nivel del mar; parecГ­a como si tuvieran voluntad propia y, a pesar de un denso hervidero de espuma agitГЎndose de manera histГ©rica por sus crestas, se podГ­an distinguir claramente las unas de las otras.

Las aguas se hacГ­an cada vez mГЎs oscuras y de colores intensos, grises y tristes que mutaban en una rГЎpida sucesiГіn, pasando del azul verdoso al azul oscuro, del gris al negro y de nuevo del naranja al morado, si bien de una tonalidad para mi desconocida, similar al amatista pero con matices de otros colores que aГєn hoy desconozco.

De repente, la oscuridad invadiГі mi mente, con lo inesperado de una flecha lanzada sin previo aviso, difundiГ©ndose como un pesado telГіn sobre mi conciencia.

DespuГ©s, una gran explosiГіn de luz.

El espacio y el tiempo se dilataron en un instante.

Multitud de estrellas y una infinidad de hilos luminosos, sutiles y suaves cual algodГіn dorado, envolvieron lo que quedaba de los Гєltimos fragmentos de pensamiento lГіgico y racional que, desorientados, vagaban por mi mente como huГ©rfanos asustados; corrГ­an de un lado para otro a la bГєsqueda de refugio, de un lugar para ellos apreciado y seguro en los meandros de mi memoria, en busca de alguna respuesta que les habrГ­a dado la salvaciГіn; pero uno a uno caГ­an en el vacГ­o mГЎs absoluto, en la nada infinita, como los condenados en la entrada del Hades.

DespuГ©s, todo se transformГі en silencio.








Primera parte













I






























Como solГ­a ocurrir en Foggia, sin previo aviso ninguno, el triste y aburrido otoГ±o, que tanto caracterizaba los Subapeninos Daunos, habГ­a cedido el paso a un invierno gГ©lido, el mГЎs frГ­o de los Гєltimos diez aГ±os. Una neblina hГєmeda y blanquecina giraba en torno a lo poco que habГ­a quedado de las estaciones cГЎlidas, y la naturaleza suburbana, atrapada entre contaminaciГіn, asfalto y cemento, dormitaba como mecida por una melodГ­a lГЎnguida y silenciosa. Nubes negras y plateadas corrГ­an perseguidas por el tenue resplandor del sol que, aun siendo ya pГЎlido, velaba como un padre compasivo con esos pobres desgraciados que corrГ­an en la bГєsqueda desesperada de un aparcamiento o quiГ©n sabe hacia dГіnde. El cielo dauno, ora terso, ora oscurecido, parecГ­a aburrido de la repeticiГіn de aquella visiГіn sepulcral.

Se presagiaba un dГ­a corto y sin particulares emociones.

HabГ­a iniciado hace dos meses a trabajar como ayudante de cocina en un pequeГ±o restaurante situado en el centro de la ciudad, uno de esos mesones que normalmente pueden pasar desapercibidos a primera vista, a pesar de que se coma muy bien. En el exterior no habГ­a ningГєn letrero, solo una gran placa en la pared, encima de la entrada. Los platos del menГє eran los de la tradiciГіn tГ­pica local, el ambiente familiar y acogedor y la clientela eran muy variopintos; a mediodГ­a solГ­an venir algunos profesionales como el notario Poli o el doctor De Martinis, un ginecГіlogo de aires distinguidos; durante la noche, sin embargo, acudГ­an estudiantes o pandillas de chicos alrededor de los treinta, amantes de la buena cocina regional.

Era mi Гєltimo dГ­a de trabajo y hacГ­a demasiado frГ­o para ir en bicicleta, por lo que me encaminГ©, a paso moderado.

Envuelto en un pesado abrigo de terciopelo, me dirigГ­ hacia el tГєnel que se encontraba en el cruce entre la avenida Fortore y la calle Scillitani. El viento soplaba cortante y firme, obligГЎndome a caminar de buena gana.

De arbolados llanos y jardines inmaculados ni siquiera la sombra. La calle Scillitani era deprimente y austera en la mitad de su tramo, si bien despuГ©s de una pequeГ±a galerГ­a sobre la cual se erigГ­an las vГ­as, destacaban los ГЎrboles de la Villa Municipal, cuyos muros rozaban toda la avenida.

Desde los zarcillos que, enredados vigorosamente, se revolvГ­an sobre el muro gris y desgastado que flanqueaba la calle, proyectaban una oleada de grandes y rugosos pГЎmpanos empapados de lluvia de los que caГ­an pequeГ±as gotas plateadas que se descolgaban lentamente de las plantas y que, por un breve instante, antes de tocar el asfalto, asumГ­an perfectas y sensuales formas en lanza. Un enorme y oblongo charco rodeaba toda la acera sobre la que caminaba y, girГЎndome de vez en cuando, prestaba atenciГіn a los coches que, llegando de la galerГ­a a mis espaldas, se dirigГ­an hacia el centro de la ciudad. No era extraГ±o toparse con algГєn frustrado que, quiГ©n sabe por cuГЎl inefable motivo, se precipitaba a todo gas haciendo brotar el agua de los charcos, embarrando asГ­ a todos los desdichados a los que, tras un aguacero, se les habГ­a ocurrido caminar por aquella maldita acera.

Despeinados, vestidos con trajes tristes y deteriorados, los ancianos se sentaban en los bancos que daban a la Villa Municipal, asГ­ como en los que se perfilaban a lo largo de toda la avenida de enfrente, la cual se encontraba rodeada de grandes tilos marchitos y mutilados, y largas filas de coches aparcados, incluso en doble y triple fila. Algunos, en soledad, permanecГ­an mirando fijamente los transeГєntes, aturdidos, durante horas y horas; otros, en grupo, conversaban de esto y aquello o, gruГ±endo en una lengua arcaica, jugaban a lanzar monedas al suelo, un pasatiempo muy antiguo cuyo nombre no recuerdo, si bien muy parecido al juego de las bochas.

Ya desde hacía algunos días las tiendas de la avenida habían cambiado las etiquetas de los precios y modificado la exposición de las mercancías, habían adornado a su vez los escaparates con adornos pomposos y en desuso. La Navidad estaba a las puertas. Algunos establecimientos estaban cerrados a causa de la crisis económica que había golpeado no solo a Italia, sino a todo el resto del sur de Europa. Había muchos vendedores ambulantes que animaban las calles del centro, ya que aquella mañana estaba el “mercado del Rosati”, uno de los más antiguos y frecuentados de la ciudad, y en el aire revoloteaban los gritos de los comerciantes que se disputaban la clientela a base de ocurrencias y lacónicas canciones de cuna, recitadas rigurosamente en dialecto.

Llegé al “Moro de Daunia” – este es el nombre del mesón donde trabajaba – con solo diez minutos de retraso.

Cuando abrГ­ la puerta, el calor y el perfume intenso y sazonado del caldo de carne acariciaron de reojo mi olfato que, recobrando la razГіn al momento, no sabГ­a ya donde meter la nariz por los efluvios de embutidos, quesos y otros manjares que inhalaba con entusiasmo. En el interior, el aire tenГ­a un aroma antiguo, a causa del olor de la madera seca que ardГ­a en la chimenea y de la cera lacada envejecida que tapizaba algunos muebles de Г©poca y que daban al restaurante un aire aristocrГЎtico pero sobrio, tГ­pico de las casas de campo antiguas pertenecientes a algГєn noble caГ­do en desgracia.

AtravesГ© el umbral dando una ojeada furtiva en direcciГіn a la sala y me sequГ© la suela de mis zapatos en el felpudo helado de la entrada.

«¡Hola! Perdonad el retraso, pero he venido andando. Hace un frío que pela... » deploré – si bien esbozando una sonrisa – y corrí hacia la cocina, a calentarme cerca del radiador.

«Buenos días, Andrea» me dijo Olga, la camarera, que estaba ayudando Alina – la mujer del propietario – a limpiar la sala.

Alina, sin embargo, no me habГ­a saludado todavГ­a y me lanzaba miraditas que no prometГ­an nada bueno.

В«Andrea, por favor, no te quedes ahГ­ plantado. Alfredo estГЎ a punto de llegar y todavГ­a hay que cortar las cebollas. AdemГЎs, tienes que preparar las berenjenas a la plancha. Venga, vamosВ» me instigГі Alina.

В«SГ­, bwana В» respondГ­, con una pizca de ironГ­a. В«Dame cinco minutos que me cambie.В»

“Que coñazo” me dije, tenía las manos congeladas del frío y habría tardado uno o dos minutos solo en calentarme.

Mientras tanto, Alfredo, el propietario y cocinero del mesГіn, habГ­a ya vuelto del mercado.









Canoso, de ojos pequeГ±os, acГ©rrimo enemigo del ejercicio fГ­sico, tenГ­a siempre el aspecto un poco desaliГ±ado a causa de la barba descuidada y el cabello corto y rizado que parecГ­a siempre grasiento; la pequeГ±a y frГЎgil montura de sus gafas desentonaba con su enorme anchura desgarbada y, ademГЎs, tenГ­a la mala costumbre de meterse el dedo en la nariz, algo por lo que la mujer le habГ­a llamado la atenciГіn en reiteradas ocasiones, pero con escasos resultados.

En las bolsas que llevaba consigo habГ­a fruta de temporada, pescado azul, barras de pan de trigo duro, marasciuolo


, rГєcula, borraja, sprucida


y otras hierbas espontГЎneas que solo los terrazzani


conocen.

«¿Te gusta el pancotto ? » me preguntó Alfredo, mientras posaba las bolsas sobre la mesa. «Hoy hacemos pancotto y rollitos de berenjena rellenos de caciocavallo y albahaca.»

В«SГ­, sГ­. AdemГЎs, con este frГ­o, sienta bien...В» le respondГ­, y un estruendo reverberГі entre las paredes de mi estГіmago.

«Voy un momento enfrente a comprar tabaco. Dile a Olga que corte el pan. ¡Ah, espera!...dile solo una barra y que no haga las rebanadas demasiado gruesas como ayer. No, mejor…una y media, ¡venga!» me dijo Alfredo, y se fue.

Olga se acababa de cambiar. Estaba fumando en el canto de la puerta de la cocina que daba a la parte de atrГЎs del restaurante, donde Alfredo habГ­a plantado algunas hierbas aromГЎticas y otras plantas como laurel, salvia y otras tantas que normalmente usaba para cocinar y adornar ciertos platos.

В«Me ha dicho Alfredo que hay que cortar pan, si quieres te ayudoВ» le sugerГ­.

В«SГ­, ahora voyВ» me dijo Olga, mientras sus finos labios carnosos exhalaban una bocanada de humo que enseguida se esfumГі en la niebla.

ContemplГ© su perfil envuelto por la luz del sol, que todavГ­a ocultaban las nubes; su mirada fija en el vacГ­o me daba la impresiГіn de que ni siquiera ella sabГ­a en quГ© estaba pensando.

«¿Te apetece salir?» le pregunté, y me acerqué a ella algunos pasos.

«¿Esta noche?» me preguntó ella, como si le hubiera pillado desprevenida, y se giró de golpe, haciendo ondear su cabello color cobrizo.

В«SГ­, claro. ВїCuГЎndo si no?В»

В«Puede ser. ВїDГіnde me llevas?В» me preguntГі Olga, despuГ©s de que los ГЎngulos de sus labios se elevaran un poco hacia arriba, en una sonrisa pГ­cara.

«No lo sé» le respondí, no habiendo programado nada. «De todas formas hoy es el último día que trabajo aquí, no me acuerdo si ya te lo había dicho. Puede ser que no nos volvamos a ver. O, al menos, no tan a menudo.»

В«QuiГ©n sabe, eso podrГ­a ser una ventaja. Mi novio empieza a sospecharВ» me recordГі, con cierto aire de frГ­volo desprecio.

В«Los hombres sospechan siempreВ» observГ©.

В«Y las mujeres son prudentesВ» rebatiГі ella, casi al momento.

«¿Tú lo eres?» le pregunté, asomándome hacia ella, y nuestros rostros casi se rozaron.

В«Claro, me gusta estar tranquilaВ» me dijo ella, casi entre dientes, pues mi mirada acariciaba su boca, como para recordarle lo sucedido la noche anterior.

В«Entiendo. Pero la tranquilidad a la larga aburreВ» repliquГ© yo, con un tono que rozaba la fanfarronerГ­a, y me dirigГ­ a la cocina.









A las tres de la tarde quedaba en sala tan solo el doctor De Martinis. HabГ­a apenas terminado de comer y permanecГ­a sentado leyendo el periГіdico.

Alfredo me llamГі. SabГ­a que habГ­a llegado el momento de cobrar.

В«Andrea, escucha: cuando termines de ordenar todo, ven a la caja. Estoy allГ­, te espero.В»

Aquellas cuatro palabras - “ven a la caja” – me surtieron un efecto extraño, como el que haría un alarma antiincendios a una chispa. Me vinieron ganas de coger lo que me correspondía y volver a casa corriendo, sin despedirme de ninguno. Comencé a tararear una rumba de Camarón de la Isla: “ Volando voy, volando vengo, vengo… ˮ.

Llevaba todo el dГ­a esperando ese momento. Faltaban solo pocos dГ­as para mi treinta cumpleaГ±os.

Tras una decena de minutos lleguГ© a la caja, como me habГ­a pedido. Estaba sentado en el taburete de detrГЎs de la barra. Yo permanecГ­ de pie. Г‰l extrajo del bolsillo de su chaqueta un paquete de chicles de menta y me ofreciГі uno.

В«Bueno, bueno. Entonces... habГ­amos estipulado treinta euros al dГ­a, Вїes asГ­, no? me preguntГі, como si no lo supiera ya.

Asentí con la cabeza y él empezó a contar los billetes: “Cien, doscientos…” (treinta euros son pocos, lo sé, pero el trabajo no era pesado y además, por aquel entonces, no era tan fácil encontrar algo).

В«AquГ­ tienes ochocientos euros, mГЎs cien como extraordinario por tu esfuerzo. Lo has hecho bienВ» me dijo Alfredo, colocando un pequeГ±o fajo sobre la barra.

Me dejó un tanto atónito, pues siempre le había considerado un poco tacaño, más bien bastante. Diría que era la persona más tacaña que jamás había conocido. Pero también es verdad que siempre cumplí con todos mis deberes con entusiasmo, sin considerar que una jornada laboral de ocho horas era pagada – normalmente – a cuarenta euros. Este era el mínimo. Si me hubiera pagado como debía, a pesar de aquellos “cien euros extra”, todavía quedaría algo. Pero no me apetecía crear polémica ninguna, era suficiente así.

NotГ© que en su rostro asomaba una sonrisa casi sarcГЎstica, un gesto no demasiado disfrazado, tГ­pico de aquellos que hacen una buena acciГіn y se complacen, idolatrГЎndose a sГ­ mismos en silencio por su benevolencia.

«Gracias, gracias, no tenías por qué hacerlo. En cualquier caso, me he sentido a gusto aquí, te lo agradezco. Nos veremos seguramente, Alfre’» le dije, dándole una palmadita en la espalda, y me fui a la otra parte a cambiarme.

No tenГ­a ninguna intenciГіn de seguir mГЎs de lo debido con esa estГєpida conversaciГіn sobre esto y aquello, solo tenГ­a ganas de fumarme un cigarrillo y volver a casa para comprarme el billete online.

SГ­, ya lo habГ­a decidido hacГ­a tiempo.

Para ser mГЎs exactos, fue concretamente el mismo dГ­a que encontrГ© trabajo en el restaurante. Justo aquel dГ­a comencГ© a hacer ciertos planes que me habrГ­an llevado quiГ©n sabe dГіnde.

AsГ­, fui corriendo a cambiarme y saludГ© a Alfredo.

El mГ©dico se encontraba aГєn sentado, dando sorbos a la copa de vino. Nos saludamos en silencio, tras un gesto con la cabeza. Alina y Olga habГ­an salido sin darme cuenta y no sabГ­a si habГ­an salido solo un momento o si se habГ­an ido a casa. Pero no me importaba mucho, tenГ­a otras cosas en la cabeza, asГ­ que me fui.









LleguГ© a casa despuГ©s de unos veinte minutos.

Ese silencio sepulcral, que reinaba desde las tres a las cinco de la tarde, era interrumpido Гєnicamente por el estridente ladrido del perro de la vecina, un pequeГ±o caniche blanco, del que todo el vecindario reprobaba, pues resonaba en todo el edificio cuando la dueГ±a lo bajaba en el ascensor.

Encendí el ordenador y busqué en internet un vuelo para Andalucía. En poco más de media hora, encontré una buena oferta: Roma/Málaga, ida y vuelta, doscientos cuarenta y tres euros, impuestos y maletas incluidos. “Considerando que estamos en Navidad, diría que no es mucho. Además, tengo que comprarlo ya, no me importa el precio”, pensé, y me froté las manos de la emoción.

Faltaba poco. Solo unos días y estaría de viaje. Habría vuelto a ver a los viejos amigos y conocido a nuevos. Mi mente era un completo zumbido de voces que fantaseaban sobre los destinos a los que habría podido ir una vez llegado a España; sí, seguramente no me habría quedado en una misma ciudad. En el primer lugar de una larga lista estaba Tarifa, donde se había mudado mi amigo Ibi, después Portugal, Marruecos… y así, pensando, soñaba.




II






























Acababa de salir del aeropuerto de MГЎlaga y ya aferraba un cigarrillo entre los labios. Para un fumador empedernido pasar dos horas sin fumar es casi una eternidad. Sin embargo, me demorГ© en encenderlo, pues tenГ­a la sensaciГіn de sentirme observado, seguido. De todas formas, con toda esa gente, hubiera sido lo mГЎs normal. IntentГ© no pensar en ello y me relajГ©.

El cielo malagueГ±o era lГ­mpido y hacГ­a mГЎs calor que en Roma, quizГЎs por la cercanГ­a al mar, y como en todos los aeropuertos, una muchedumbre esperaba a sus seres queridos. Buscaba un taxi para dar una pequeГ±a vuelta por la ciudad y comer en uno de los muchos restaurantes del lugar, pero parecГ­a casi imposible encontrar uno libre o que, por lo menos, se parase cerca de mГ­. Tras esperar en vano durante mГЎs de cuarenta minutos, decidГ­ coger un autobГєs para alcanzar finalmente mi destino.

Sorprendentemente, la estaciГіn de autobuses estaba casi desierta. HabГ­a solo un considerable grupo de latinoamericanos, todos en edad adulta, quizГЎs en un viaje organizado, pues habГ­a un hombre mГЎs joven que parecГ­a darles indicaciones, pero aquellos se comportaban como niГ±os en una excursiГіn y no le hacГ­an ni caso. Les oГ­ hablar durante unos minutos. Me alegrГ© mucho de escuchar ese acento latino, me dio la impresiГіn de que eran venezolanos o colombianos.

«¡ Muy buenos días, señores! ¡Que tengan un bonito día! » les saludé, en voz alta, agitando la mano en al aire, así… sin pensarlo.

No sГ© quГ© me pasГі por la cabeza, pero estaba tan feliz de estar ahГ­, que me vino de manera totalmente espontГЎnea.

HabГ­an pasado cuatro aГ±os desde que me fui. Estaba muy unido a esos lugares. AdemГЎs aquellas personas me hicieron recordar tambiГ©n los dГ­as que pasГ© en PerГє, asГ­ como todas las demГЎs experiencias hermosas que vivГ­ antes de volver a Italia.

«¡ Buenas, muchacho! ¡Buenos días! ¡Adiós, muchacho! ¡Anda con Dios! ¡Hola! ¡Adiós! » respondieron ellos, con la típica actitud alegre de los sudamericanos, para nada asombrados del saludo de un desconocido, tal y como hubiera sucedido si hubiese saludado a cualquier europeo sin conocerlos.

EchГ© un vistazo al tablero de las llegadas y salidas, para ver cuГЎles eran los horarios para AlmuГ±Г©car, pero el primer autobГєs habrГ­a tardado hasta dos horas. AsГ­ que cogГ­ mis maletas y me dirigГ­ hacia la estaciГіn de trenes, en busca de una mГЎquina de cafГ© o algo de picar mientras tanto. En la entrada de la estaciГіn habГ­a adornos, un tanto escuetos, y un gran ГЎrbol de Navidad; tambiГ©n en el aeropuerto de Fiumicino, en Roma, habГ­a adornos y un ГЎrbol mucho mГЎs grande que el que acababa de ver, pero ni siquiera me dignГ© a mirarlos, quizГЎs porque solo tenГ­a ganas de irme de allГ­.

Cuando entrГ© en la estaciГіn, me percatГ© de que necesitaba orinar, por lo que me dirigГ­ hacia el baГ±o. En el de los hombres no habГ­a nadie, por lo que aprovechГ© para dejar las maletas cerca de un amplio lavabo alargado, y me cerrГ© con llave en uno de los muchos cubГ­culos. Enseguida entrГі una persona dando un portazo. Respiraba jadeante, como si hubiera corrido mucho e intensamente, y se le percibГ­a una cierta agitaciГіn, sentГ­a que resoplaba. La situaciГіn me pareciГі extraГ±a, pero tratГ© de mantenerme en mi sitio. TerminГ© lo que habГ­a empezado y tirГ© de la cisterna, con mucha calma. Cuando salГ­ del baГ±o notГ© que el hombre se habГ­a ido sin que me diese cuenta. Puede que el ruido de la bomba de desagГјe hubiese cubierto el de sus pasos, pues no vi ninguno, y no oГ­a ningГєn otro sonido que no fuese el de mi respiraciГіn y la goma de mis zapatos nuevos que chirriaban sobre el suelo liso. EchГ© un Гєltimo vistazo alrededor y me lavГ© las manos mirГЎndome al espejo; pero, cuando fui a coger mi maleta, inclinГ© la cabeza y me di cuenta que la cremallera superior estaba medio abierta. ProbГ© tanta rabia que estuve a punto de gritar.

Cuando aquel tГ­o entrГі me habГ­a olvidado completamente de la maleta. Pero me calmГ© al instante, acordГЎndome de que en su interior, por suerte, ademГЎs de ropa y algГєn que otro cachivache sin importancia, no habГ­a metido nada de valor. Justo por ese motivo habГ­a decidido dejarla ahГ­, abandonada durante un minuto o dos. De hecho, a parte del dinero y de los documentos que llevaba conmigo en la chaqueta, no tenГ­a nada mГЎs. AsГ­ que abrГ­ la maleta para echar una ojeada. ParecГ­a que todo estaba en orden, o casi, ya que daba la impresiГіn de que aquella persona habГ­a hurgado aquГ­ y allГЎ en busca de algo, si bien no faltaba nada a primera vista.

Cuando salГ­ del baГ±o habГ­a cuatro o cinco hombres de rostros siniestros, si bien atractivos y bien vestidos, que miraban alrededor en modo sospechoso y se comunicaban por gestos con otros dos que se encontraban un poco mГЎs lejos, cerca de la entrada al baГ±o de las mujeres. Me fui lentamente, no me preocupГ© mucho, y me fui a comer algo al bar cercano a la taquilla (intuГ­ que esos tГ­os tenГ­an algo en comГєn con la persona que habГ­a entrado en el baГ±o, era mГЎs que evidente, pero no me quise meter, no tenГ­a ninguna intenciГіn de estropearme las vacaciones).









A las dos en punto el termГіmetro del autobГєs marcaba diecinueve grados, diez mГЎs que en MГЎlaga, a pesar de que AlmuГ±Г©car se encuentre a tan solo unos setenta kilГіmetros de distancia. Una vez fuera del autobГєs, mientras me disponГ­a a coger mi equipaje del maletero, mirГ© alrededor, intrigado, intentado reconocer alguno. Pero ni siquiera una cara conocida. CogГ­ la maleta y me dirigГ­ hacia el centro de la ciudad.

PasГ© por la plaza enfrente de la estaciГіn, que tenГ­a en el centro una rotonda con grandes e hirsutas palmas tropicales que proyectaban una gran sombra sobre los coches que la rodeaban, y di una ojeada a derecha e izquierda buscando reconocer alguno en los bares que se encontraban alrededor. Pero no vi ninguno, solo alguna cara que me era vagamente familiar, habГ­a demasiada gente. LleguГ© hasta la Plaza del Ayuntamiento y tambiГ©n ahГ­ estaba abarrotado, fuera y dentro de los locales, y pasГ© a saludar a Alejandro, el propietario del Mason, una braserГ­a argentina prГіxima al ayuntamiento.

CharlГ© con Г©l una media hora. DespuГ©s sentГ­ la necesidad de darme una ducha y, tras haber saludado a todos, me encaminГ© directo al hostal.




III






























HabГ­a dormido alrededor de cinco horas. SabГ­a que no debГ­a meterme en la cama despuГ©s de la ducha, nunca tuve la costumbre de descansar por la tarde, pero lo hice igualmente; estaba cansado y el vino me habГ­a subido un poco a la cabeza.

Desde la habitaciГіn contigua llegaban suaves risas, voces de mujer, y el rumor de las tazas y botellas de la cafeterГ­a, el murmullo de clientes que conversaban en alguna lengua que, en mi estado de semivigilia, no conseguГ­a descifrar.

TenГ­a pensado ir al taller de guitarra de mi amigo Antonio para darle una sorpresa. No sabГ­a que me encontraba allГ­ y habГ­a rogado a Alejandro que no le dijera nada, si le hubiera visto antes que yo. Pero era demasiado tarde. A esa hora ya tenГ­a que estar en alguna parte bebiendo con JosГ© o, quizГЎs, en casa con su mujer. PermanecГ­ unos minutos mГЎs en la cama escuchando las voces de esos desconocidos, despuГ©s cogГ­ el telГ©fono y llamГ© a Antonio para avisarle acerca de mi llegada.

«¡ Dígame !» respondió él, pensando quién seria, no reconociendo mi número que tenía el prefijo italiano.

«¡Antonio, soy André! ¿Cómo estás?»

«¡ André! » contestó, sorprendido, casi gritando, como solía hacer cuando hablaba por teléfono. No escuchaba muy bien.

«¿Dónde estás? ¡Joder!»

«¿Adivina? ¡Estoy al lado de tu casa, en el hostal Altamar! He llegado esta tarde, quería darte una sorpresa, pero me he quedado dormido.»

В« Bueno , Вїy quГ© haces ahГ­? Patricia y yo estamos yendo al Lute a cenar con algunos amigos. ВїTe vienes con nosotros? ВЎAnda!В»

«¿Nos vemos después mejor? Me acabo de despertar» le respondí, un tanto avergonzado. «Si quieres nos vemos más tarde, en La Ventura , si no os supone ningún problema, claro.»

В«Bueno, cuando salgas me llamas y si todavГ­a estamos por ahГ­ nos bebemos algo juntos. ВїEstГЎ bien?В»

«¡Vale! ¡Hasta luego entonces, Antonio!»

«¡Venga! ¡Hasta ahora, André!»

Casi ninguno me llamaba Andrea, pues fuera de Italia era considerado puramente un nombre femenino.

Me cambiГ© de ropa y me fui a comer un bocadillo al bar del hostal. De vuelta a la habitaciГіn, me di una ducha caliente y busquГ© en la maleta algo elegante; tuve que sacar todo, pues habГ­a colocado los pantalones debajo del resto de la ropa para no arrugar los jersГ©is y las camisas que habГ­a planchado y doblado con mucho cuidado. Ordenando de nuevo la ropa encontrГ© entonces lo que, al menos a primera vista, parecГ­a una pequeГ±a caja de madera. La observГ© un instante; no me pertenecГ­a y no entendГ­a quГ© hacГ­a ese objeto entre mis cosas, asГ­ que la dejГ© en mi mesilla. TenГ­a prisa por salir. DejГ© la llave de la habitaciГіn en la porterГ­a y salГ­ del hostal con tanta prisa que me miraban como si viesen un canario escapando de su jaula.









Era muy temprano cuando terminé de cenar. Estaba seguro de que Antonio todavía estaría comiendo con la mujer y sus amigos; así que me dirigí hacia “La Ventura”, un restaurante muy famoso por sus espectáculos de flamenco, donde años atrás, tuve el honor de tocar.

A pocos metros de llegar a la entrada, en el semioscuro callejГіn que conducГ­a al restaurante, flotaba en el aire el sonido poderoso de la guitarra de Ricardo de la Juana, un gitano que tocaba a menudo en aquel tablao . Lo habГ­a conocido justo en ese lugar. Era un hombre de mediana estatura, un tanto metido en carnes, la piel oscura, el cabello colocado hacia atrГЎs con el gel, y en su modo de hablar habГ­a siempre un toque de arrogancia.

Cuando entrГ© en el tablao habГ­a una multitud y me parГ© cerca de la barra para saludar a Fernando, el propietario. Ricardo estaba en el palco cantando una rumba junto a su cuГ±ado, RamГіn, que tocaba el cajГіn y una bailaora que no conocГ­a.

В«Hola, tГ­o, ВїquГ© pasa? ВїCГіmo estГЎs, Fernando?В»

«¡André, qué sorpresa! ¿Qué tal? ¡Un vino aquí pa’ el muchacho!» exclamó Fernando, y el camarero me sirvió casi al instante una copa de vino tinto, acompañado de albóndigas con salsa de tomate.

Me quedГ© sentado un rato cerca de la barra, observando los presentes y sorbiendo el vino. Fernando estaba muy ocupado con la clientela como para charlar conmigo; entonces me alcГ© y pasГ© entre las personas que estaban de pie delante de la barra, y me fui a la izquierda, hacia el patio. Era aГєn tan bonito como me lo recordaba, con sus plantas trepadoras que flanqueaban la parte alta del muro y las buganvillas rosas y moradas que descendГ­an como racimos de uvas maduros y, al centro, una gran higuera abrazaba con una dГ©bil sombra las mesas que se encontraban alrededor de la misma. Los muros tenГ­an, como en el edificio del hostal, azulejos y otros adornos de estilo mudГ©jar. VolvГ­ y me apoyГ© a la puerta que habГ­a entre la sala y el patio, para ver el espectГЎculo mГЎs de cerca.

«¡Bueno, señores! ¡Un poquito de silencio, por favor!» gritaba Ricardo, dirigiéndose al público, un poco distraído. «¡Cinco minutitos, por favor! ¡Señores, por favor!»

HabГ­a un gran alboroto y Ricardo silenciaba siempre a todos cuando se disponГ­a a cantar algo mГЎs profundo. Mientras tanto, RamГіn y la chica que estaba bailando se apartaron y Ricardo comenzГі a cantar una soleГЎ:









В«Tengo el gusto tan colmao

cuando te tengo a mi vera,

que si me dieran la muerte

creo que no la sintiera... В».









La voz tronadora y ronca de Ricardo era como el canto del gallo que azota con vehemencia el silencio del alba y la fuerza con la que rasgaba su vieja guitarra de ciprГ©s lo distinguГ­a del toque payo


: lo suyo era puro toque gitano .

SaludГ© a Paco, un seГ±or muy distinguido, siempre perfectamente afeitado, perfumado, con el cabello blanco peinado escrupulosamente hacia un lado; era encantador, honesto, muy cortГ©s, en fin, un hombre de otro tiempo, como le gustaba que le llamasen. Iba con frecuencia a aquel restaurante a beber dos o tres cubatas y, como gran aficionado del flamenco que era, a menudo se animaba tambiГ©n a cantar. Estaba charlando con una hermosa mujer francesa y discutГ­an precisamente acerca del cante flamenco.

Estaba a punto de entablar conversaciГіn con ellos cuando, en direcciГіn al escenario, en la mesa de mi izquierda, vi a una chica que discutГ­a acaloradamente. Me acordГ© enseguida de que habГ­a sido mi vecina. Estaba con otras amigas, tambiГ©n ellas de un evidente aspecto nГіrdico, quizГЎs de origen sueco como ella, y me acerquГ© convencido de que no me habrГ­a reconocido, al menos no inmediatamente. HabГ­a cambiado bastante en los Гєltimos aГ±os, tenГ­a el pelo mГЎs corto y algГєn kilo de mГЎs.

En su mesa se podГ­an ver un gran nГєmero de copas con hielo y botellas medio vacГ­as. Algunas de ellas se movГ­an lentamente, esbozando movimientos con los brazos, como si quisiesen levantarse y bailar, pero era evidente que, en aquellas condiciones, no hubieran resistido en pie durante mГЎs de veinte segundos. Me acerquГ© a la mesa para saludarla, pero dudГ© un instante, no recordaba su nombre.

«Hola, guapa, ¿te acuerdas de mí?» me dispuse, y ella y todas sus amigas se giraron para mirarme, intrigadas. «Éramos vecinos, yo vivía justo enfrente de tu apartamento. ¿Te acuerdas? Soy el que compartía casa con Vinicius, el chico brasileño… Avenida Costa del Sol, número 24, ¿lo recuerdas? Bueno, espero que sí, sino podría parecer que estoy intentando ligar contigo.» le dije, luciendo una de esas sonrisas que, a menudo, se reservan exclusivamente para las chicas guapas.

RamГіn se uniГі y ambos nos sentamos en la mesa de mi amiga.









Cuando era todavГ­a, por asГ­ decir, la una, solo unos pocos quedГЎbamos en el tablao. Ricardo y otros flamencos se habГ­an sentado en una mesa aparte. Para ellos ese era el momento del flamenco puro, aquel en el que se escuchaba el llanto de la guitarra interrumpido Гєnicamente por el tintineo de las copas y los nudillos que golpeaban la mesa de madera al compГЎs, con el humo de los cigarrillos que flotaba como una sutil niebla lГЎctea y creaba una atmГіsfera mГ­stica tГ­pica del cante jondo.

RamГіn y yo estГЎbamos aГєn sentados en la mesa de mi vieja vecina, de la que todavГ­a desconocГ­a el nombre. Me daba mucha vergГјenza preguntГЎrselo y ni siquiera recordaba el de la amiga que se habГ­a quedado con nosotros. Esperaba a que se llamasen la una a la otra, pero nada. HabГ­a bebido mucho. RamГіn se perdГ­a en teorГ­as sin sentido sobre la relaciГіn entre hombres y mujeres, quizГЎs intentando hacernos entender que habГ­a llegado la hora de irse y concluir la noche en el mejor de los modos. Se me habГ­a acabado el tabaco, asГ­ que les invitГ© a salir para buscar un distribuidor y beber la Гєltima copa en otra parte. Pero, como esperaba, nos fuimos inmediatamente hacia el apartamento de RamГіn. Recuerdo que habГ­a mezclado y habГ­a perdido un poco mi habitual sentido del humor, no me sentГ­a demasiado bien y ni siquiera a gusto.

Me despertГ© a las cuatro y media de la noche. MirГ© por debajo de las sГЎbanas y vi mi cuerpo desnudo, y la chica que estaba conmigo tambiГ©n lo estaba. No vi a RamГіn ni a la otra chica, mi vieja vecina. QuizГЎs estaban en otra habitaciГіn, o quiГ©n sabe. SalГ­ de la cama intentando no hacer ruido, me vestГ­ y salГ­ a buscar una mГЎquina de tabaco. TenГ­a el estГіmago revuelto y sin embargo jamГЎs habГ­a tenido tantas ganas de fumar.

No hacГ­a especialmente frГ­o, pero tenГ­a la chaqueta abierta y el viento fresco traspasaba mi sutil camiseta de algodГіn, dГЎndome algГєn que otro escalofrГ­o.

HabГ­a llegado casi a la altura del hostal. Las calles del centro eran angostas y oscuras, algunas en cuesta y otras en bajada; a veces daba la sensaciГіn de estar en un laberinto por el modo en el que se intrincaban. Caminando en la oscuridad, con la Гєnica luz de la luna, lleguГ© a una zona que no recordaba. Era bonita; los callejones eran mucho mГЎs estrechos que de costumbre y mГЎs oscuros. De repente, sentГ­ rГЎpidos pasos llegando hacia mГ­; antes de que me diese tiempo a girarme, alguien me golpeГі con fuerza en la nuca, con una piedra o algo parecido. El golpe fue tan fuerte que me desmayГ© al momento.

PermanecГ­ en el suelo alrededor de media hora, creo, despuГ©s una seГ±ora que se habГ­a asomado al balcГіn me llamГі, preguntГЎndome si me encontraba bien, y me despertГ©.

«¡ Joven! ¡Joven! ¿Estás bien, qué ha pasado? ¡Espera que cojo un poco de hielo! » me dijo la mujer, viendo que me retorcía tocándome la cabeza.

YacГ­a en el suelo, postrado por el fuerte golpe. Instintivamente, la primera cosa que hice fue controlar si me habГ­an robado. Pero la cartera estaba todavГ­a en el bolsillo interior de la chaqueta, con todo el dinero y las tarjetas de crГ©dito. El mГіvil sin embargo no, se lo habГ­an llevado.

«¡ Joven, v en arriba que te doy hielo para ponértelo en la cabeza!» insistía la señora desde el balcón que daba a la calle.

El dolor causado por el golpe en la nuca me habГ­a ocasionado una fuerte neurastenia, por lo que no prestГ© atenciГіn a aquella mujer y me dirigГ­ hacia el hostal, sin decir palabra.




IV






























El olor a asfalto mojado entraba por una gran ventana entornada y empaГ±ada a causa del acondicionador que emanaba aire caliente. En la oficina hГєmeda y escueta, el oficial de policГ­a me estaba interrogando acerca de lo que me habГ­a sucedido la noche anterior. Sentada a mi derecha se encontraba una mujer que me observaba continuamente y golpeaba los dedos sobre el teclado del ordenador como una histГ©rica. No me miraba como una que estГЎ viendo a un hombre guapo, en absoluto. TenГ­a mГЎs bien ese aire y expresiГіn tГ­pica de las cotillas, como aquellas que van como pГєblico a los talk-show a mofarse de todos, solo por ganar audiencia.

В«Con la ese no... Dilorenzo, con la zeta de ZaragozaВ».

«¿Así?» me preguntó el policía, mostrándome un folio sobre el que estaba escribiendo mis datos.

В«SГ­, asГ­В» le contestГ©. В«Exactamente. Pero Dilorenzo todo junto. SГ­В» dije, inclinГЎndome hacia Г©l. В«Mire, le estaba diciendo que a mГ­ lo que me interesa no es recuperar el telГ©fono, sino que bloqueГ©is el dispositivo para impedir el acceso a mis datos, ya que he memorizado mi direcciГіn y otras informaciones personales y reservadasВ».

В«No se preocupeВ» me tranquilizГі el oficial, В«mi compaГ±ero ya se estГЎ ocupando de remitir la denuncia en su compaГ±Г­a telefГіnica. Pero dГ­game mejor si recuerda algГєn otro detalle. Haga memoria, por favor. El pueblo es pequeГ±o, sabe usted. PodrГ­amos dar con el agresor muy prontoВ».

В«Le repito, recuerdo muy bien todo lo que hice, claro; pero, como ya le he dicho, bebГ­ mГЎs de la cuenta y no tuve ni la lucidez ni el tiempo para girarme y mirarlo a la cara o para darme cuenta de lo que habГ­a pasado. SucediГі todo muy rГЎpido, ВЎno sabrГ­a ni siquiera decirle si fue un hombre o una mujer! Lo sientoВ».

В«EntiendoВ» dijo el policГ­a.

В«SeГ±orВ» interrumpiГі la mujer que escribГ­a en el ordenador, В«estГЎ al telГ©fono el director del Hotel BahГ­a que quiere hablar con usted, urgentementeВ».

В«Vale, pГЎsemelo a esta lГ­nea. SeГ±or Dilorenzo, ahora le tengo que dejar. Si hay novedades le contactaremos al nГєmero que nos ha dejado, Вїde acuerdo? Hasta luegoВ» me dijo, tendiГ©ndome la mano.

Le estrechГ© la mano y salГ­ de la sala.

Saliendo de la comisarГ­a me parГ© a fumar en las escaleras de un portal, a cubierto de la lluvia, y permanecГ­ allГ­ hasta la una y cuarto pensando a lo que me habГ­a pasado. La humedad habГ­a incrementado el dolor de cabeza y me fui a uno de esos bares que se encuentran en la plaza enfrente de la estaciГіn de autobuses. Me fui a sentar en una mesa cercana a las vidrieras que daban a la calle. Miraba caer la lluvia y sentГ­a cГіmo raspaba fuerte contra los cristales, como una provocaciГіn del cielo. AbrГ­ el periГіdico que estaba en la mesa y comprobГ© que tambiГ©n en EspaГ±a se hablaba Гєnicamente de la crisis econГіmica, los escГЎndalos financieros de los bancos y de la polГ­tica.

Cuando parГі de llover caminГ© hasta la Avenida de Europa con la intenciГіn de almorzar en uno de los muchos restaurantes de esa calle. Pero antes pasГ© a saludar a Lute, que trabajaba justo al lado del restaurante de mi amigo ГЃngel, la Yerbabuena, quien me invitГі enseguida a sentarme en una mesa apartada para charlar un rato.

SalГ­ del restaurante a primera hora de la tarde y me dirigГ­ justo enfrente, al Parque el Majuelo.

Estaba prácticamente desierto. Hacía una tarde gris y lluviosa, había parado de llover hacía una media hora. Algunos polluelos se balanceaban relajados en pequeñas bañeras formadas en las ruinas fenicias que se encontraban justo en medio del parque. Más allá, un cachorro permanecía enroscado bajo una de las palmeras que acariciaban las calles adoquinadas que serpenteaban entre pequeños jardines policromados, entre los cuales se erigían palmeras provenientes de todos los continentes. Las hojas secas, caídas de grandes higueras, formaban una alfombra ocre en casi toda la zona del parque y, aunque bien entrado el invierno, el viento esparcía en el aire la melancólica fragancia del otoño. El pequeño chiringuito donde solía ir a beber el tinto de verano estaba cerrado; algunos gatitos se habían reparado bajo su pérgola, ya que de los árboles empapados de lluvia caían abundantes gotas de agua plateadas, así que caminaban despacio, mirando hacia arriba y dando algún que otro brinco para evitar las gotas. Saludé a la señora que daba clases de pintura en la primera de las nueve casetas de artesanos que rodeaban una parte del perímetro del parque, después subí las escaleras del puente ubicado encima de las ruinas y me dirigí hacia la caseta denominada “Málaga”, donde mi amigo Antonio “el Salao” fabricaba sus guitarras y otros instrumentos de cuerda y percusión.

Antonio era como un padre para mГ­ y me querГ­a mucho.

Me lo decía a menudo: “¡Te aprecio más de lo que crees!” No era muy viejo, pero el duro trabajo le había causado varios achaques, de los cuales un par al corazón, y demostraba algún año más de sus efectivos sesenta y cinco. Tras casarse con Patricia, una mujer inglesa, se había mudado a Reino Unido; había trabajado en una fábrica que construía piezas de aviones y se quedó treinta años. Después, cuando se jubiló, volvió a Almuñecar y empezó a trabajar como guitarrero.

«¡Muy buenas tardes!»

В«AndrГ©, ВЎquГ© alegrГ­a verte!В» dijo Antonio. В«Joder, ВїdГіnde estabas?В»

«¡Hola, Antonillo!» y nos abrazamos con fuerza.

Me enseГ±Гі las Гєltimas guitarras que habГ­a construido y probГ© algunas de ellas, sin escatimar en elogios acerca del sonido y los acabados, y Г©l se sintiГі muy halagado. Aquella tarde estaban tambiГ©n JosГ©, Baldomero y Maria, que escuchaban un disco de CamarГіn de la Isla, fumando hierba y contando anГ©cdotas de los viejos tiempos. Mientras tanto les expliquГ© lo que me habГ­a sucedido. QuiГ©n sabe, quizГЎs me habrГ­an podido ayudar a encontrar el telГ©fono, dado que conocГ­an a todo el pueblo, podГ­an haber escuchado algo por ahГ­. Pero yo, no sГ© por quГ©, habГ­a relacionado aquel episodio a lo sucedido en MГЎlaga, en el baГ±o de la estaciГіn. Era solo una extraГ±a sensaciГіn.









A las dos y media de la noche todavГ­a estaba despierto. Estaba leyendo un libro de poesГ­as de Antonio Machado que habГ­a encontrado en la habitaciГіn donde me alojaba; luego dejГ© el libro en la mesilla y vi aquella caja que habГ­a aparecido en mi maleta, la noche anterior. No la habГ­a observado bien antes, pero ahora que mi mente estaba despejada de otros pensamientos, mi vista lograba analizar mejor los detalles y, por lo que habГ­a visto, deduje que era de una calidad Гіptima.

Cuatro centГ­metros de ancho, cinco de largo y tres de alto, o un poco mГЎs, de madera de palisandro envejecida y perfectamente pulida; tenГ­a una incisiГіn dorada en forma de cruz ansada sobre la parte superior y una pequeГ±a piedra verde incrustada en el interior del oval de la cruz.

Recordaba muy bien la cruz ansada, “la llave de la vida”, pues de niño era un apasionado de la egiptología. Era uno de los símbolos más usados en el Antiguo Egipto para fabricar amuletos, brazaletes y una infinidad de cosas más. Lo raro es que esta caja era una sola pieza. Es decir, tenía la forma de caja pequeña, pero no había aperturas, compartimentos o cosas parecidas. Intenté en vano encontrar un modo de abrirla, pero nada, no era una caja. Renuncié, pensando que podía tratarse simplemente de un adorno más que de una caja, tal y como me pareció al principio, si bien tenía el aspecto de esta última.

Luego me dormГ­, fantaseando acerca de lo que podГ­a ser ese objeto y cГіmo habГ­a acabado en mis manos, a pesar de que ya me habГ­a hecho una idea.




V






























El acantilado en el que estaba sentado en soledad se encontraba a unos tres kilГіmetros de la ciudad. HabГ­a una gran luna llena, y su reflejo, que brillaba en el agua como millones de estrellas juntas, llegaba casi a los escollos, si no hubiese sido por la corriente que golpeaba con dulzura el agua cercana a las rocas, eliminando asГ­ su rastro luminoso.

Iba allГ­ con frecuencia, cuando vivГ­a en AlmuГ±Г©car. Me gustaba estar solo, mirar la luna, el mar, fumarme algГєn cigarro escuchando un poco de mГєsica y sentir la brisa en la piel.

Unos metros mГЎs adelante habГ­a una chica que estaba pescando. TambiГ©n ella estaba sola. Intrigado, me girГ© para observarla y notГ© que tenГ­a la cabeza inclinada hacГ­a las rodillas, como si estuviese llorando. SaquГ© el paquete de cigarrillos que tenГ­a en el bolsillo de la camisa; luego hurguГ© en los otros, pero me habГ­a olvidado el mechero en la habitaciГіn. AsГ­ que me acerquГ© a la chica para preguntarle si por casualidad tenГ­a uno; ella alzГі la cabeza, se secГі las lГЎgrimas con el dorso de la mano y me pasГі un mechero que sacГі de una especie de caja de herramientas que tenГ­a a su lado. Se lo devolvГ­ y me sentГ© cerca de ella, no demasiado, mirando su equipo de pesca. SerГЎ extraГ±o, pero no habГ­a visto nunca una chica pescar, era muy graciosa. AdemГЎs de la caГ±a de pesca tenГ­a, a su lado, una maleta con unas iniciales grabadas en un borde y en el interior otras cajas que contenГ­an anzuelos, cebos y otros accesorios de los cuales desconocГ­a el nombre y uso.

В«Pareces una profesional, mira cuГЎntas cosas tienes... В» le dije, acercГЎndome a ella.

Ella no dijo nada. PermanecГ­a sentada, con el mentГіn apoyado en las rodillas y las manos en la caГ±a de pesca. TratГ© de romper el hielo con la primera anГ©cdota que me vino a la cabeza.

В«Sabes, he ido a pescar solo dos veces en toda mi vida; una vez con mi primo, cuando no era mГЎs que un niГ±o; fuimos a un lago artificial y conseguГ­ pescar una trucha, pero, no sabiendo cГіmo quitar el anzuelo, acabГ© descuartizГЎndola; me ensuciГ© todo, una cosa increГ­ble. La Гєltima vez, sin embargo, fue hace unos aГ±os, justo por esta zona, con mi amigo JosГ©. Г‰l viene con frecuencia a pescar en este tramo de acantilado, pero aquella vez fuimos a la playa. ВїTe gusta esto? A mi mucho, venГ­a a menudo cuando vivГ­a aquГ­В».

В«Ah, ВїvivГ­as aquГ­, de verdad? ВїDГіnde?В» me preguntГі, como si se hubiese despertado de una catarsis.

Luego apartГі las manos de la caГ±a de pescar y las colocГі alrededor de las rodillas, apoyando la mejilla derecha sobre ellas, y me mirГі con una expresiГіn extraГ±a, como si siguiese ausente.

Yo tambiГ©n la observГ© durante unos instantes. Su rostro era muy dulce, no tendrГ­a mГЎs de veinticinco o veintisГ©is aГ±os. Llevaba unos pantalones beige y una sudadera azul con capucha; su cabello liso y de color caoba estaban recogidos debajo de una gorra y parecГ­a tenerlo bastante largo.

«¿Sabes dónde está el castillo? Justo ahí al lado» le respondí.

В«Claro que se dГіnde estГЎ. Paso a menudoВ» me dijo ella, asintiendo con la cabeza.

В«Sabes, ahora que te oigo hablar, no pareces espaГ±ola; no eres de por aquГ­, Вїverdad? ВїDe dГіnde eres?В» le preguntГ©, curioso de su acento; no lograba adivinar de quГ© nacionalidad era.

«Soy siria. Pero tú también pareces extranjero, eh… » observó ella, bajando la mirada y entornando un poco los ojos, como si estuviese tratando de concentrarse para averiguar de qué país era mi acento. «Hablas bien el español, pero se nota que eres extranjero, a pesar de comportarte como un andaluz» añadió.

Luego se dio cuenta de que me avergonzaba un poco y me sacГі la lengua. Me parecГ­a que ya estaba mГЎs serena y me alegrГ©, asГ­ podГ­a hablarle mГЎs libremente.

EstallГ© en una especie de carcajada liberadora.

Tuvo la impresiГіn de que me estaba pavoneando por el hecho de que mi acento fuese similar al de los andaluces. Me sentГ­ un poco tonto, aunque no hubiese motivo.

В«SГ­, soy italiano. Me quedarГ© aquГ­ solo unos dГ­as, quizГЎs una semana. He venido para saludar a algunos amigos y pasar mi cumpleaГ±os aquГ­ claro, que fue ayer.В»

В«Ah, ВЎfelicidades!В»

«¡Gracias! Te decía que la próxima semana iré a Tarifa y después pasaré unos días en Portugal. Quisiera ir a un sitio, pero ahora mismo no recuerdo cómo se llama. Lo sé, es absurdo, lo he visto una vez en televisión. Me acuerdo solo que es un islote, o una parcela de tierra, donde los templarios, creo, construyeron un castillo, una fortaleza o algo parecido; y se puede llegar a pie, pero solo cuando está la marea baja. Y eso… ¿tú qué me cuentas?»

Ella suspirГі. Fueron unos interminables instantes de silencio.

В«Que todo va malВ» dijo de repente.

В«Vaya... lo sientoВ» le dije, cogiendo otro cigarro, y le tendГ­ el paquete para ofrecerle uno.

В«No, gracias. No fumo. El mechero lo tengo porque era de mi padre, estaba junto al equipo de pesca. Pero yo no fumo. Ten, cГіgeloВ».

«Te lo agradezco» le dije, cogiendo el mechero, y encendí el cigarro que ya apretaba entre los labios. «¿Tu padre ha venido contigo a España, o has viajado con amigos?»

В«He llegado sola, hace tres dГ­as. Sabes, hace muchos aГ±os, mi padre comprГі una casa cerca de la zona del castillo; venГ­amos de vacaciones tres meses cada aГ±o, con toda la familia. ВїHas visto las esculturas que hay en el Parque? Las ha hecho Bachir Kondakji, mi padreВ» me dijo ella, llena de orgullo.

В«Ah... sГ­, claro. Las que se ven cuando se entra desde la parte de los columpios, Вїno?В»

В«SГ­, exactoВ».

В«Entonces tu padre es escultor. Interesante... В».

В«SГ­, escultor y pintor, aunque la escultura ha tenido un papel predominante en su carrera artГ­sticaВ».

В«Es muy bueno. He escuchado hablar muy bien de esas esculturas. Me decГ­as, ВїcГіmo es que has venido sola?В»

Ella permaneciГі en silencio durante unos minutos. Se entendГ­a que le habГ­a sucedido algo. Tuve esa sensaciГіn que se tiene cuando se hace una pregunta indiscreta. Ella suspirГі profundamente, antes de volver a hablar, como si estuviese buscando la fuerza para hacerlo. Me di cuenta de que quizГЎs no debГ­a insistir y tratГ© de remediarlo.

В«Perdona, si no quieres hablar de ello no pasa nadaВ».

В«No, no te preocupesВ» me tranquilizГі, y despuГ©s suspirГі de nuevo. La semana pasada una bomba destruyГі mi casa, en Damasco. Murieron todosВ» respondiГі ella, y una lГЎgrima surcГі lentamente su rostro.

Se me encogiГі el corazГіn. Es estos casos no se sabe nunca lo que decir, se tiene siempre miedo a decir algo estГєpido, predecible, en el intento de mitigar el dolor con alguna palabra de circunstancia, a menudo con el resultado contrario.

В«Mi madre, mi padre, mi hermano mayor y mis dos hermanitas... Yo me he salvado de milagro porque estaba en el trabajo, en otra parte de la ciudad. Por eso he venido a EspaГ±a. No me queda nada mГЎs en Siria y mis familiares estГЎn todos desaparecidos. Ya no tengo a nadie allГ­. AquГ­ al menos tengo una casaВ».

Hubiera querido abrazarla, pero dudГ©. En mi mente le acariciГ© ligeramente el hombro. Luego ella reanudГі la conversaciГіn, manteniendo la cabeza agachada y la mirada fija en un punto en el vacГ­o.

«Tú estás ahí haciendo tu vida, trabajas, sales con los amigos, como todas las personas que viven aquí. ¿Entiendes? Todo normal. Después un día, llegan estos mercenarios de otros países – ¡porque no son sirios como dicen en las noticias extranjeras!–, y matan a todos los que se encuentran por delante. Así, solo porque eres cristiano o por otros motivos que solo Dios sabe. Luego vengo aquí y en las noticias les llaman rebeldes que combaten contra el régimen de Assad. ¡Pero qué rebeldes! ¡Qué régimen!»

AferrГі su chaqueta y se la puso sobre los hombros.

Permanecimos en silencio durante algunos minutos.

В«Perdona, llevamos ya un rato hablando y todavГ­a no te he dicho cГіmo me llamo. Puedes llamarme AndrГ©, aquГ­ todos me llaman AndrГ©. ВїY tГє?В»

В«SarahВ» respondiГі ella, con una sonrisa sutil y sincera que parecГ­a proceder de una irradiaciГіn de su alma, mГЎs que del pliegue de sus labios.

В«De acuerdo. Ven, vamos a beber algo. AquГ­ se estГЎ levantando un poco de vientoВ».

La fresca brisa hizo que se me pusieran los pelos de punta y me abrochГ© la chaqueta. El viento tenГ­a un olor particular, no traГ­a el olor a mar. Estaba seguro de que se trataba de un mensajero con buenas noticias.

Caminamos una decena de minutos por el paseo marГ­timo y entramos en una pequeГ±a bodega cercana a la playa. Ahora que habГ­a mГЎs luz, y podГ­a mirarla mejor, notГ© que era muy hermosa, mГЎs de lo que me habГ­a parecido cuando la vi en el acantilado. TenГ­a las facciones un tanto orientales; los ojos eran redondos, pero los ГЎngulos externos terminaban como las puntas de una hoja lanceolada. Me inspiraba mucha ternura, si bien era a su vez muy sensual. Se apartГі el pelo y una espesa melena ondeГі sobre sus hombros para despuГ©s bajar hasta la espalda, en un gesto que nada tenГ­a de voluptuoso, pero que perturbГі profundamente mis sentidos. En aquel preciso instante vi mi futuro, en un breve fluir de imГЎgenes borrosas que se sucedГ­an rГЎpidamente, una tras otra, como el paisaje visto desde la ventanilla de un tren en marcha, que no tuve ni siquiera el tiempo de enfocarlas. DespuГ©s se sentГі casi a mi lado y sentГ­ su perfume, parecido al de una flor que acaba de germinar.

Pedimos una botella de ViГ±a Ardanza, un vino malagueГ±o muy apreciado, y patatas de maГ­z y queso, sГ­miles a las tortillas en bolsa que se venden en Italia, sazonadas con una salsa picante, y seguimos hablando.

«Has viajado solo para pasar tu cumpleaños en España, mmm… ¿No tienes novia, en Italia?» me preguntó Sarah.

No sé por qué, pero esperaba que me hiciese esa pregunta, aunque no tan pronto. Quizás me equivoque, pero cuando una persona del sexo opuesto quiere saber si estás soltero o no, casi seguramente está tanteando el terreno. Pero luego reflexioné e intenté no pensar más en ello. Acababa de vivir una tragedia, de las más horribles; ¿cómo se me pudo pasar por la cabeza que pudiese estar interesada en mí y, además, sin ni siquiera conocerme? Y sin embargo, en su sonrisa, había captado la típica incomodidad que se percibe en las personas que están coladas por alguien. Se me olvidaba el hecho de que, a veces – por no decir a menudo -, consideramos las cosas y las situaciones en base a lo que somos. Seguí conversando mientras mi mente luchaba entre estas dos posibilidades.

В«No, ha pasado mucho tiempo desde que estuve enamorado. ВїY tГє?В» le preguntГ©, buscando el tono y las palabras mГЎs adecuadas para no parecer demasiado indiscreto.

В«Me casГ© hace diez aГ±os, tenГ­a dieciocho. Era muy jovenВ» contestГі ella.

Entonces entendГ­ que su pregunta podГ­a ser una excusa, quizГЎs, para hablar de su marido. Digamos que, en un cierto sentido, si bien mi desilusiГіn fue grande, me sentГ­ un poco aliviado. Por lo menos podГ­a estar relajado, sin pensar en cГіmo ligar y, sobre todo, sin sentirme culpable.

В«Entiendo. Y tu marido, Вїse ha quedado en Siria?В»

В«No lo sГ©. Te estaba diciendo que son ya cuatro aГ±os que no hablamos y no sГ© dГіnde estarГЎ en este momento. Estamos divorciados y no hemos tenido hijosВ».

«¿Tienes intención de volver a Siria?»

«¡No! ¿Estás loco? ¡Tengo miedo! Todavía hay bombardeos, y además he perdido el contacto con el resto de mi familia».

В«Perdona, solo preguntaba. Entonces, ВїquГ© harГЎs, te quedarГЎs aquГ­ en EspaГ±a?В»

В«No lo sГ©. Ya no sГ© nada. Solo sГ© que no es justo morir asГ­В».

В«SГ­, tienes razГіn, es injusto. La guerra siempre es injustaВ».

«¿Qué sentido tiene entonces la vida si no hay justicia? ¿Dónde está Dios en todo esto? Perdona, no quiero molestarte con mis problemas, te acabo de conocer… ».

В«No, figГєrate... ningГєn problemaВ» le asegurГ©. В«Y ademГЎs, sabes, lo que para algunos es justicia para otros no lo es. Como tantas otras cosas, la definiciГіn de justicia es siempre subjetiva. Pero en general, para mГ­ la vida no tiene ningГєn sentidoВ».

«¿Cómo?» me preguntó ella, que se había quedado atónita ante mi afirmación».

В«Para mГ­ no tiene ningГєn sentido. Aunque creo que no es la expresiГіn mГЎs apropiada para decir lo que piensoВ».

«¿Cómo puedes decir que la vida no tiene ningún sentido? ¿No tienes pasiones? No sé… ¿algo que te guste hacer, alguien a quien quieras, objetivos que alcanzar?»

В«SГ­, claro que sГ­В» le respondГ­, no sin antes haber dado rienda suelta a una dГ©bil carcajada debida al malentendido.

Sabía que me habría malinterpretado, y aun así la dejé caer. Quizás intentaba precisamente que me pidiese explicaciones al respecto, así habría podido interpretar el papel del “tío interesante”, dando algún discurso pseudo-filosófico. Dejé caer aquella frase aposta: «La vida no tiene ningún sentido». Era claramente una provocación, un cebo para entablar un discurso que, al final, no habría podido llevar a otra conclusión que no fuese exactamente esa, que “la vida no tiene ningún sentido”.

В«SГ­, claro que sГ­В» le respondГ­ de nuevo, despuГ©s de haber tragado un sorbo de vino que se estaba entreteniendo plГЎcidamente en mi boca, acariciГЎndome ligeramente el paladar.

TodavГ­a no habГ­a picoteado ni siquiera una patata y el ГЎcido tГЎnico del vino ya se habГ­a pegado al paladar. DegustГ© con la lengua el sabor viejo y licoroso que me habГ­a dejado el regusto del ViГ±a Ardanza. PosГ© la copa sobre la mesa, todavГ­a apretГЎndola entre el pulgar y el Г­ndice, haciendo pequeГ±os semicГ­rculos en el sentido de las agujas del reloj y al contrario.

В«Pero no creo que las personas que quieres o tus pasiones puedan ser el sentido de la vidaВ» aГ±adГ­, tras unos instantes de pausa.

«Quizás estas cosas puedan dar sentido a la vida, pero no ser “el sentido de la vida. Y además, ¿qué quiere decir uno cuando se refiere al sentido de la vida? ¿A su propósito?»

В«Bueno, sГ­, Вїy a quГ© si no?В»

В«Pero antes de preguntarse quГ© sentido tiene la vida, deberГ­amos analizar quГ© propГіsitos tienen las cosas y las personas. Quiero decir: la vida es algo abstracto e inmenso, las cosas y las personas las tenemos ante nuestros ojos, forman parte de un campo mГЎs estrecho, limitado, tienen un inicio y un final, es mГЎs fГЎcil dar un pensamiento razonable, Вїno crees?В»

В«Claro, pero no he entendido todavГ­a lo que quieres decirВ».

В«Por ejemplo: la silla sobre la que estoy sentado, o esta mesa... bueno, no es una gran mesa, Вїpero quГ© finalidad tiene? ВїQuГ© sentido tiene? ВїQuГ© funciГіn desempeГ±a en la vida? ВїMe sigues?В»

В«SГ­, sГ­, continГєaВ» contestГі, desconcertada.

В«Bien. Para mГ­ tiene dos finalidades principales: la primera es, digamos, un propГіsito, o mejor dicho, una funciГіn prГЎctica. LlamГ©mosla asГ­. Puedes apoyar cosas sobre ella, puedes comer, escribir, etcГ©tera. Pero una mesa puede tener a su vez una funciГіn estГ©tica, o ambas, claro. Me parece bastante obvia como observaciГіn. Es decir, puede ser solo un objeto de decoraciГіn. QuiГ©n sabe... si Picasso hubiese tenido la idea de construir una, lo habrГ­a hecho seguramente en estilo cubista. Ahora imagina que estГЎs comiendo sobre una mesa parecidaВ» dije, y no me contuve la risa.

«¡Vale, vale!» dijo Sarah, riendo, entretenida con mis gestos. «Eres simpático, ¿pero qué tiene que ver eso con el sentido de la vida?»

В«Ahora llego. Te hablaba de la mesa, pero vale tambiГ©n para todas las demГЎs cosas e incluso para los seres humanos. Observa cГіmo vivimos, nuestra vida estГЎ hecha principalmente de cosas muy simples, como los otros seres vivos. Comemos, nos reproducimos, etcГ©tera. Esta podrГ­a ser, como para los objetos, nuestra funciГіn prГЎctica, es decir, la parte mecГЎnica de nuestra vida, podemos llamarlo asГ­, aunque suena mal, lo sГ©. Pero igual que los objetos, tambiГ©n nosotros y los demГЎs seres vivos tenemos una funciГіn que hemos llamado previamente funciГіn estГ©tica. ВїEs evidente, no? Pero lo sГ©, espera, ten paciencia, ahora llego. Por ejemplo, el arte, sin entrar en detalles, es uno de los frutos de nuestra funciГіn estГ©tica. Y asГ­ todo lo demГЎs. TambiГ©n los animales y los insectos contribuyen a la belleza del mundo, vuelven mГЎs hermosa la existencia a nuestra vista, pero a su vez, desempeГ±an una funciГіn prГЎctica para el ecosistema. Por ello, resumiendo: los objetos y los seres vivos tienen dos propГіsitos, dos funciones: una prГЎctica y una estГ©tica. ВїEstГЎs de acuerdo?В»

В«De acuerdo, sГ­В» respondiГі ella, asintiendo con la cabeza. В«Pero entonces, ВїquГ© sentido tiene la vida? ВїCuГЎl es su propГіsito?В»

В«NingunoВ» contestГ© yo, y bebГ­ un sorbo de vino.

«¿Pero cómo ninguno? Oh Dios, no te sigo, André... ».

В«Quiero decir: si es la vida, si es la existencia la que impregna y, a su vez, contiene todos los objetos y seres vivos, ВїcГіmo va a tener un sentido, un propГіsito? Si alguien dice que la vida tiene un propГіsito o un sentido, bello o feo, Вїno te parece que la estГЎ reduciendo al mismo nivel de un objeto o cualquier ser vivo? Imagina que las cosas y los seres humanos que pueblan la tierra son los rГ­os y que la existencia es el ocГ©ano; los rГ­os confluyen en el ocГ©ano, es ahГ­ donde todos los cursos de agua anhelan sumergirse, donde un dГ­a u otro se perderГЎn, abandonando su nombre y todo aquello que fueron antes, convirtiГ©ndose en ocГ©ano ellos mismos; Вїpero dГіnde va el ocГ©ano? El ocГ©ano permanece ahГ­ donde estГЎ, no se va. Esto es lo que querГ­a decir: la vida es algo que va mГЎs allГЎ de los sentidos, mГЎs allГЎ de cualquier propГіsito, aunque fuese el mГЎs justo, el mГЎs virtuoso, el mГЎs noble. La existencia va mГЎs allГЎ de lo que llamamos el sentido, el propГіsitoВ».









A la mañana siguiente, fui a su casa a desayunar. Vivía justo al lado del Parque el Majuelo, en una casa de dos plantas, a medio camino entre los columpios y el castillo; en la entrada, había colgados, en ambas paredes, un gran número de cuadros, y sobre las escaleras de caracol, que conducían a la planta superior, habían pintado las teclas del piano y otros dibujos de claves y notas musicales. Se notaba enseguida que era la casa de un artista. En las esquinas del salón había esculturas de mármol – medios bustos, para ser exactos –, y uno de estos se parecía a Sócrates, por su espantoso rostro. En el centro había un amplio sofá blanco y una mesita de madera tallada, colocada de frente a una gran ventana que daba a la calle, desde la que se veía el castillo medieval erguirse por encima de la ciudad. La cocina, al contrario que el resto de la casa, era muy simple, y además de la puerta principal había otra que daba a un extraordinario jardín; al centro de este se perfilaba un estrecho sendero adoquinado y a sus lados algún que otro árbol cítrico, enormes plantas crasas y dos grandes higueras colocadas al final del césped; una mesa construida en madera de haya estaba colocada bajo aquellos dos inmensos árboles, y ahí nos sentamos a beber un té, charlando.

Querido Lector, en realidad, me parecía conocer a esta chica de toda una vida. Lo sé, lo sé… puede parecer una de esas frases que se dicen cuando se está colado por alguien, pero el hecho es que ya había tenido una sensación extraña cuando escuché su voz por primera vez.

Era agradable hablar con ella. Normalmente las chicas me aburrГ­an un poco, nunca daba discursos profundos; me quedaba siempre en discursos vagos y superficiales, quizГЎs por miedo a decepcionarme por falta de argumentos.

Aquel dГ­a Sarah no parecГ­a triste en absoluto; al contrario, estaba simpГЎtica, sonriente, y me mostrГі toda la casa, las pinturas y las esculturas del padre, todas preciosas en mi opiniГіn.

В«Sabes, estaba pensado que, si no tienes otros compromisos, podrГ­as venir conmigo a TarifaВ» le propuse, mirГЎndola a los ojos.

Y cuando pronunciГ© estas palabras, parecГ­a casi como si le estuviese suplicando. Para ser conciso, intentГ© mantener un tono sosegado y casi indiferente, pero no conseguГ­ esconder la expresiГіn de aquel que no habrГ­a soportado un rechazo. O, quiГ©n sabe, tal vez es justo lo que estaba intentando transmitirle, para que entendiese que me importaba de verdad.

В«Gracias, eres muy amableВ» respondiГі Sarah, В«pero necesito estar sola, al menos un rato. De todas formas, conociГ©ndome, puede ser que lo piense mejor y te alcanceВ» me asegurГі, y me sacГі la lengua.

«¡Ojalá, sería fantástico!» exclamé, sin poder contener la alegría.

Rebosaba de alegría. En pocos segundos me imaginé tantas cosas…

В«Ahora te dejo la direcciГіnВ» le dije, y, apresuradamente, cogГ­ una nota del bolsillo del pantalГіn. В«Es esta. Cuando llegues a la Playa de Los Lances, pregunta por Ibi. Lo conocen todos, es un amigo mГ­o; yo estarГ© en su casa durante cuatro o cinco dГ­as y, en caso de que vinieras tГє tambiГ©n, le dirГ© a Ibi que te prepare otra habitaciГіn. Hoy mismo le llamarГ© para avisarle, asГ­ no tendrГЎs que preocuparte de buscar un hotel, Вїvale?В»

В«De acuerdo, espera un momentoВ» respondiГі ella, y fue a coger un bolГ­grafo y un folio. В«Este es mi nГєmero de mГіvil y este es mi correo, asГ­ estaremos en contacto, en cualquier caso. Espero volver a verte, de verdad, pero ahora me tengo que ir, tengo cosas urgentes que hacerВ».

Me apretГі con dulzura el rostro entre sus manos y me besГі en la mejilla. Luego me abrazГі con fuerza y yo hice lo mismo. En aquel instante sentГ­ su perfume de campos elГ­seos rociГЎndome como un bГЎlsamo en una remota y olvidada parte de mi ser mГЎs profundo.


















VI






























La Гєltima vez que vi a mi amigo Ibi fue en AlmuГ±Г©car, cuando hice un curso de luterГ­a en el taller de guitarras de Antonio. Era de origen turco, a pesar de que, cuando era todavГ­a un niГ±o, se mudГі a Londres con su familia para trabajar como carpintero en el taller de su padre; luego empezГі a ganarse la vida como boxeador, aunque sin mucho Г©xito. Cuando lo conocГ­ me hablaba a menudo de sus muchos viajes alrededor del mundo, especialmente de uno que hizo en Tailandia, donde fue para aprender el Muay Thai, el boxeo tailandГ©s; y fue precisamente en la isla de Phuket donde se enamorГі de una joven surfista australiana. Juntos se fueron a vivir durante un tiempo a Brisbane, en Australia. AprendiГі a surfear y, mГЎs adelante, se mudГі a EspaГ±a, a Tarifa, para estar cerca de la familia, que por aquella Г©poca tenГ­a algunos problemas.

HacГ­a unos meses que habГ­a comprado un bungalГі y una pequeГ±a tienda de tablas de surf. VivГ­a como un sultГЎn, entre bellas mujeres y las olas andaluzas que besaban aquel tramo de paraГ­so enfrente de su casa.









Llegué a la Playa de los Lances ya de noche y sus amigos surfistas habían preparado una fiesta para celebrar mi llegada. Me alegré mucho, me sentí realmente halagado y querido por toda aquella gente que no conocía y me saludaba diciendo “¡por ti, hermano!”, y otras cosas por el estilo. Aunque, en los días siguientes, me di cuenta de que por aquella zona, toda excusa era buena para beber y fumar algún porro; hoy por mí, mañana por la estrella de mar que habían encontrado en la playa, el día siguiente por el tipo amigo suyo que se había tirado a tres chicas en una noche, etc. De verdad, cualquier cosa, por insignificante que fuese. Pero la excusa que más gracia me hizo fue cuando una noche, Françoise, un amigo francés, dijo:

В«QuГ© coГ±o, llevo aquГ­ dos aГ±os, soy el Гєnico negro Вїy ni siquiera nos hemos tomado todavГ­a una copa en mi honor? ВЎQue hijos de puta, iros a la mierda!В»

Los surfistas que frecuentaban esa playa hablaban como los actores americanos, parecГ­an todos un poco locos; pero eran simpГЎticos, buena gente, me habГ­an acogido en seguida como a un hermano.

В«AndrГ©, esa te estГЎ mirando desde que has puesto el pie en la playaВ» me dijo Ibi, sacudiГ©ndome el brazo.

В«SГ­, lo he notado, pero no paro de pensar en una tГ­a que he conocido hace unos dГ­as, en AlmuГ±Г©carВ».

«¿Es guapa?» me preguntó Ibi, como si mi confesión le hubiese suscitado no sé qué interés.

«Me encanta, amigo… estoy seguro de que vendrá a Los Lances».

В«Lo siento, si me lo hubieras dicho unos dГ­as antes, habrГ­a dejado una habitaciГіn para ella. Si viniese, dormirГЎ contigo, ВїestГЎs contento?В» dijo Ibi, con una risa maliciosa.

«No sé... no querría parecer un picaflor, no es una de una noche y ya. Y además no me parece que haya mostrado tanto interés por mí, al menos en ese sentido. Somos amigos. Pero si no hay más habitaciones… ».

«¡Ves que eres un cabrón, hermano!» exclamó Ibi, riendo, para luego darme un codazo.

В«Lo digo de verdad. ВїHas conocido alguna vez a una persona por la que sientes una extraГ±a atracciГіn? No sГ© cГіmo explicarloВ».

В«SГ­, sГ­, claro que sГ­В» respondiГі Г©l, adoptando una rara actitud satisfecha.

«No, no en ese sentido… No sé cómo describirlo. Nada más escucharla hablar, me he sentido como realizado, feliz. ¿Sabes a lo que me refiero?»

«Más o menos… » me respondió Ibi, un tanto perplejo. «Hablas como los adolescentes de esos telefilmes americanos, ¿eh?» añadió él, riendo, como para tomarme el pelo.

«¡Le dijo la sartén al cazo!» rebatí yo. «Pero si sois tú y tus amigos que habláis como esos surfistas americanos de las películas, ¡eh!»

Ambos nos echamos a reГ­r y fingimos liarnos a puГ±etazos.

В«Venga, vamos a comprar otra botella que estГЎs volviГ©ndote un paranoicoВ» aГ±adiГі Г©l, y me dio una palmada en la espalda.

Ibi era un chico muy sensible y, aunque a menudo hacГ­a de todo por parecer superficial, yo estaba seguro de que sabГ­a a lo me estaba refiriendo.

En casa la mГєsica estaba alta. Acababa de cruzar el umbral cuando fui asaltado por un tufo de marihuana que de golpe me llenГі las narices y los pulmones, y notГ© en seguida una chica en bikini que se habГ­a puesto a bailar sobre la mesa del salГіn, justo como las strippers de los clubes nocturnos.

«Cariño, enséñales las tetas a mi amigo» le ordenó Ibi, empujándome hacia ella, y esta se quitó la parte de arriba sin ni siquiera desabrocharse los tirantes, así, sin muchas objeciones. «¿Has visto qué tetas?» observó él, entusiasmado.

El salón estaba lleno de chicos que bebían y reían. En la cocina estaban Françoise y Manuel, dos amigos suyos, también surfistas.

«Chicos, yo estoy con una tía… luego vengo» dijo Manuel, vaciando la botella de cerveza con un par de sorbos.

«Vale, pero no nos hagas esperar como siempre, joder» exclamó Ibi. «¿Cuándo se repetirá otra noche así? El viento es perfecto esta noche, y la luna da bastante luz» le hizo notar Ibi.

«No, no te preocupes, ahí estaré» le aseguró Manuel.

В«Hola, ВїquГ© hacГ©is?В» preguntГі RocГ­o, entrando en la cocina.

«Luego vamos a surfear; ¿tú qué haces, eres de los nuestros?» le preguntó Françoise.

«No, no creo» respondió la chica, con indiferencia. «¿Y él, quién es?» preguntó, indicándome con una mirada que tenía no sé qué de voluptuoso.

В«Es un amigo italianoВ» respondiГі Ibi.

«Encantado, André» le dije yo, tendiéndole la mano.

В«Encantada, RocГ­o. ВїEres el que ha llegado esta tarde?В»

«Sí, sí… soy yo» le contesté, balbuceando un poco, pues me seguía mirando con lascivia y no me quitaba los ojos de encima.

В«Ah, ya. ВїTГє tambiГ©n estГЎs aquГ­ por el surf?В»

В«No, estoy solo de pasoВ».

В«Ibi no me presenta nunca a sus amigos, serГЎ que se pone celosoВ» dijo RocГ­o , fulminando con la mirada a Ibi, como para provocarlo. ParecГ­a que hubiese habido algo entre ellos, o que la chica quisiese aludir a algГєn episodio en particular.

«No hace falta que te presente a mis amigos; no eres tímida, al contrario… » dijo Ibi, echándose a reír, y dio un codazo a Manuel, como si hubiese aludido a alguna extraña veleidad de la chica.

В«AndrГ©, vamos a la playa a beber algo, vengaВ» me propuso RocГ­o.

«Estate atento, André» dijo Manuel, guiñándome el ojo.

В«Vamos, ВЎquГ© capullos que sois!В» exclamГі la guapa surfista.

В«Hasta luego, hermanoВ» saludГ© a Ibi, dejГЎndome llevar de la mano por la joven surfista.

«Ten, coge» me dijo Françoise, mostrándome un porro.

Yo lo cogГ­ y me dirigГ­ con RocГ­o hacia la salida.

En la playa quedaban pocas personas. Yo y la guapa surfista misteriosa nos sentamos cerca de una fogata. Era una de esas chicas que te hacen sentirte a gusto enseguida: muy simple, espontГЎnea, sonriente, alegre, un poco como yo, solo que yo era un poco mГЎs tГ­mido que ella, tardaba mГЎs en soltarme.

Charlamos durante una media hora. DespuГ©s, RocГ­o, sin esperГЎrmelo, me quitГі la botella de la mano y me acariciГі el cabello, mirГЎndome fijamente con los labios abiertos.

В«QuГ© suaves sonВ» dijo ella, y lamГ­ lentamente sus labios con la lengua.

Sabía que habría acabado así. No paraba de pensar en Sarah, pero Rocío era muy atractiva. Los pechos pequeños, firmes, la piel dorada, el físico atlético, la voz sutil y suave, la boca pequeña y carnosa, dos grandes ojos turquesas bajo sus cejas… creo que hubiera sido difícil para cualquiera resistir a sus insinuaciones. Aquella chica parecía estar hecha a posta para dar placer, para perturbar los sueños de los hombres, tenía tal encanto que parecía ser heredado de una antigua estirpe de seductoras.

«Tú también tienes un cabello bonito» le susurré. «Me gustan así, ondulados… parece como si te lo hubieras dejado secar al viento» le dije, mirando sus ojos entornados.

В«SГ­, asГ­ esВ» dijo ella, sin apartar la mirada de mis labios. В«Eres muy observadorВ».

Se acercГі para besarme, pero retrocedГ­ un poco, dejando solo un par de centГ­metros que separaban nuestros labios.

В«Si quieres provocarme, lo estГЎs consiguiendoВ» susurrГі ella, con la respiraciГіn agitada por el deseo.

Con la mano derecha le acariciГ© el costado, y luego la espalda, que tenГ­a un surco voluptuoso a la altura de sus caderas, y le apretГ© con fuerza entre mis brazos, besГЎndola intensamente. Su mano se habГ­a introducido debajo de mi sudadera y acariciaba la espina dorsal con las uГ±as, produciГ©ndome escalofrГ­os. Me extendГ­ sobre ella apoyando los antebrazos sobre la arena fresca, y seguГ­ besГЎndola, hasta que se entregГі completamente.

Era la primera vez que hacГ­a el amor en la playa. Entonces comprendГ­ por quГ© los poetas y escritores de todas las Г©pocas se habГ­an aplicado tanto en ensalzar las pasiones consumadas bajo el cielo estrellado.

Los besos esbozados y dados con fervor, lascivos, voluptuosos, reverberaban a lo largo de todas las fibras de nuestros cuerpos, como las ondas que nacen tras el lanzamiento de una piedra en una charca de aguas inmГіviles. PodГ­a percibir el mutar de su piel al tacto de mis manos, sus poros encrespГЎndose como la superficie de un lago rozada por una brisa constante. No hacГ­a nada que ella no quisiese o no pidiese con el mudo lenguaje de su cuerpo. Ahora sus manos me pedГ­an inocencia y yo me entregaba a sus caricias, ahora sus labios se estremecГ­an y suspiraban suplicГЎndome poseerla como un fuego que arde y consume la madera mГЎs blanda. Y como en una melodГ­a polifГіnica de dinГЎmica imprevisible, nuestros gemidos se alteraban y se entrelazaban, se comunicaban como dos instrumentos en perfecta sintonГ­a.

DespuГ©s de que nuestras pasiones se adormilasen, permanecimos unos instantes sin hablar, envueltos en un paГ±o que habГ­an dejado los chicos que habГ­an estado ahГ­ antes que nosotros. HacГ­a frГ­o, pero esa hora de pasiГіn intensa nos habГ­a calentado.

«¿En qué piensas?» me preguntó Rocío.

В«En nadaВ» le respondГ­, y el tono con el que lo hice resultГі mГЎs brusco de lo que me habrГ­a gustado.

В«Venga, dГ­melo. ВїEn quГ© piensas? ВїHay algГєn problema?В»

«No, para nada. Estaba saboreando... ¿“la plenitud de la vida”? No sabría cómo llamarlo» contesté, distraído.

В«Plenitud de la vida... В» murmurГі ella. В«O sea, un momento de felicidad, Вїo quГ©?В» preguntГі RocГ­o, algo perpleja.

В«Umm... no exactamente. Sabes, es esa sensaciГіn que experimentas cuando dejas que las cosas, simplemente, sucedan, y te parece estar justo en el lugar donde deberГ­as estar, en ese preciso instante, justo en ese momento. Ni mГЎs, ni menosВ» le respondГ­, casi entre dientes.

В«No pensaba gustarte tantoВ» dijo ella, con una expresiГіn de satisfacciГіn, y me besГі en la mejilla.

Como imaginaba, me habГ­a malinterpretado. Ella no era la causa de mi euforia, si bien solo en una pequeГ±a parte.









Ya habГ­an pasado dos dГ­as. Aquella maГ±ana me despertГ© tarde debido a la borrachera. DesayunГ© en la terraza de madera que daba al mar. La casa de Ibi era muy austera, pero, en general, era bonita, acogedora. Estaba amueblada de manera simple; en las paredes habГ­a colgados posters de surfistas que cabalgaban olas tan altas como edificios y, en algunas esquinas de la casa, viejas tablas de surf rotas, expuestas como viejas cicatrices o trofeos de guerra. Sobre una mesa habГ­a algunas fotografГ­as de cuando vivГ­a en TurquГ­a con su familia y otras de viajes a Tailandia y Australia, asГ­ como adornos de madera tallada bruscamente.

El bungaló se erigía en medio de una larga extensión de arena finísima y blanca cual marfil pulido, que se perdía de vista hasta el horizonte, interrumpida solo por rocas u otras formaciones naturales; no había grandes construcciones de cemento o edificios que pudieran oscurecer o embrutecer de alguna manera el paisaje circunstante – como en algunas zonas del mediterráneo -, y el mar era límpido como una piscina. Siempre había soñado con vivir en una casa así, era como vivir en una de esas películas americanas con los hippies. Era el edén andaluz, la meca de los surfistas. «Me encanta estar aquí, hermano» le había dicho a Ibi cuando llegué aquella noche; y él me contestó: «Ya verás, en unos días te gustará aún más, hermano».

Y tenГ­a razГіn, se estaba realmente bien.

Por la tarde me quedaba sentado en la orilla del mar mirando los chicos que hacГ­an peripecias con el kitesurf.

«¡André, André!» gritaba Alex, un chico alemán que compartía la casa con Ibi. «¡Hay visita!»

Me llamaba desde la terraza.

En casa, Sarah hablaba con Ibi; parecГ­a estar a gusto y se reГ­a a carcajadas. SentГ­ un poco de celos, pues Ibi hacГ­a bromas una detrГЎs de la otra y me dio la impresiГіn de que estaba intentando ligar. Luego me acerquГ© a ellos. NotГ© en seguida que ella se habГ­a cambiado el color del cabello, que ahora era negro como el Г©bano; le favorecГ­a ese tono oscuro, me gustaba todavГ­a mГЎs. En los dГ­as anteriores no habГ­a hecho otra cosa que pensar en ella; precisamente yo, que nunca quise creer en el destino y que siempre lo habГ­a etiquetado como una de los inventos mГЎs feos del ser humano, esta vez habГ­a interpretado aquel encuentro como una seГ±al del destino.

De todas formas, independientemente del motivo de mi encuentro con Sarah, sentГ­a ya que le amaba, y habrГЎ sido quizГЎs por esa razГіn por lo que me calentaba los sesos desde que la conocГ­.

Salimos fuera para hablar y estar un poco a solas. Estaba mГЎs que contento de verla y tambiГ©n ella lo estaba. Nos sentamos casi a orillas del mar, con el viento que golpeaba con dulzura nuestros rostros, y los pies en la arena fresca. Las olas sacudГ­an la playa, incesantemente; caГ­an en frente de nosotros, como postrГЎndose en una lacГіnica reverencia y luego, como sГєbditos entregados, bajaban al mar, desapareciendo bajo la espuma blanquecina.

В«Te queda bien ese colorВ» observГ©, mientras le acariciaba el cabello.

В«Me alegroВ» dijo ella, enrojeciГ©ndose un poco. В«Es mi color naturalВ».

Nunca habГ­a visto unos ojos tan profundos y sinceros como los suyos, me morГ­a de ganas de besarla. Era como si los labios de mi alma se proyectasen hacia los suyos, mientras yo, con mi cuerpo material, permanecГ­a inmГіvil y hablaba casi por inercia, empujado por el deseo de darle una buena impresiГіn. Lo sГ©, esto puede parecer hipГіcrita, y quizГЎs lo sea; pero, a veces, el miedo de perder a una persona a causa de algo que quisieras decir o hacer, te hace actuar de ese modo: quisieras hacer una cosa y haces otra, a menudo completamente opuesta a la primera. Sobre todo cuando se trata de la relaciГіn entre un hombre y una mujer. Debe haber sido asГ­ tambiГ©n hace tres mil aГ±os.

«Toma, es para ti» me dijo Sarah, tendiéndome un paquete; envuelto en papel pintado a mano y una sutil cinta blanca y azul. «Quería habértelo dado hace unos días, en mi casa… pero, por desgracia, tenía otras cosas en la cabeza y se me olvidó. Pero ahora ábrelo».

SonriГі, mГЎs aГєn con los ojos, que brillaban como el resplandor de las estrellas en una noche calma y lГ­mpida.

В«Vale, vale. Lo abro en seguidaВ» le tranquilicГ©, intentando quitar el envoltorio sin estropearlo; y me fue difГ­cil, pues el papel era muy delicado y estaba tardando una vida en abrirlo. В«No te creas que no tengo ganas de ver de lo que se trata, ВЎestoy mГЎs impaciente que un niГ±o a media noche el 24 de diciembre!В»

Finalmente conseguГ­ desenvolver el paquete y lo abrГ­.

El pequeГ±o colgante de Г©bano estaba pegado a un sutil collar, tambiГ©n negro, hecho de una maraГ±a de hilos sutilГ­simos, casi minГєsculos, enrollados con cuidado hasta formar una especie de cuerda muy compacta, parecida a un collar, precisamente. En el interior de este colgante, de forma plana y circular, habГ­a grabados tres cГ­rculos equidistantes entre ellos, y en cada uno de ellos estaban grabadas, con mucha precisiГіn, lo que parecГ­an ser pequeГ±as letras ГЎrabes o sГЎnscritas, como formando otros dos cГ­rculos.

В«Es muy bonito, de verdad. Lo llevarГ© siempre conmigo. Tiene que ser muy antiguo, Вїverdad?В» observГ©, examinando todavГ­a aquel enigmГЎtico colgante.

В«SГ­, lo es. Era de mi padre que, a su vez, lo obtuvo de un viejo maestro sufi que vivГ­a en Damasco, hace muchos aГ±os. DespuГ©s mi padre me lo dio a mГ­, y yo, ahora, te lo regalo a tiВ» me explicГі ella, y en su rostro apareciГі una sonrisa tan luminosa que parecГ­a provenir de un destello espontГЎneo de su corazГіn, mГЎs que de la curva prominente de sus labios.

В«No sГ© quГ© decir. Gracias, no tengo palabrasВ».

La besГ© en la mejilla y le acariciГ© delicadamente la cara.

В«Ven, yo tambiГ©n tengo algo para tiВ» le dije y, cogiГ©ndola de la mano, la conduje a la habitaciГіn donde me alojaba. В«Si hubiera sabido que venГ­as, lo habrГ­a envuelto yo tambiГ©nВ» aГ±adГ­, para asГ­ ocultar un poco la vergГјenza de mi falta. В«Esto es para ti, SarahВ».

AbrГ­ el cajГіn de la mesilla y le di la caja que habГ­a encontrado, por casualidad, en mi maleta.

В«Gracias. Es muy bonita. ВїQuГ© es? Parece un pequeГ±o joyero... В».

В«SГ­, algo asГ­. No sГ© quГ© es exactamente, pero el grabado que hay en la parte superior es la cruz ansada, un sГ­mbolo que usaban los antiguos egipcios para simbolizar la vida eterna. O, al menos, esto es lo que dicen, no se sabe aГєn el verdadero significado de este sГ­mboloВ».

Me besГі en la mejilla y luego me cogiГі la mano, apretando mis dedos con los suyos, y percibГ­ un escalofrГ­o que atravesaba ambas manos.

No te escondo, querido Lector, que en aquel momento, cuando me estrechГі la mano, no tuve mГЎs dudas: fue un flechazo para los dos.

Fuimos con los otros que estaban ya en la terraza, algunos asando pescado a la brasa y otros contando historias de surf y viajes pasados en lugares perdidos en los confines del mundo. Sobre la mesa habГ­a fruta tropical, baguettes, jamГіn serrano y cervezas de litro.

«Siéntate aquí, André» me dijo Ibi, que estaba preparando la mesa.

Г‰ramos alrededor de veinte personas, de todas las nacionalidades. HabГ­a una atmГіsfera agradable, algo que iba mГЎs allГЎ de la simple cordialidad.

«Sarah, ven aquí en medio, así nos cuentas cómo conociste a André» le dijo Yasmine, una chica de origen polinesio que estaba sentada junto con otras chicas, de las cuales una italiana llamada Alessandra.

El sol estaba por caer y, al horizonte, el cielo se tiГ±Гі de rojo. El sol resplandeciГі sobre la casa, la playa, el mar, sobre nuestros rostros. De repente, todos los allГ­ presentes dejaron sus sitios y guardaron silencio, casi como si lo hubieran preestablecido horas antes. Tuve la sensaciГіn de que era algo que hacГ­an habitualmente, como una especie de ritual.




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